La gorriona

En las afueras del pueblo había una casa de labranza. No se la podía considerar cortijo porque no estaba en el campo ni tampoco casa porque no estaba en el núcleo urbano. Era lo que allí se llamaba "una venta" pero en realidad era sólo una casa. Estaba rodeada por un montón de árboles. Centenarios plataneros rebosantes de pájaros. En verano, al atardecer, cuando se recogían los pájaros eran como nubes grandes y grises que transportaban música. Los pájaros, con ese misterioso código de conducta que ellos conocen, se iban colocando de forma ordenada en las ramas de los árboles como si de notas en un pentágrama se tratasen.
A esa venta  en el pueblo la conocían como "La venta de los gorriones". Y allí nació Carmen, mi abuela materna.
En los pueblos, antiguamente, el uso de motes era "de obligado cumplimiento". Los motes tenían un gran peso específico, muchas veces mayor que los apellidos. Las personas, en la mayoría de ocasiones, no sabían los apellidos de sus conocidos pero sí se conocían al dedillo el mote del cuñado del primo de su vecino.
Los padres de Carmen vivían en la venta de los gorriones así que no será muy difícil entender porqué mi abuela se convirtió en "Carmen la gorriona". A medida que el tiempo pasó y Carmen creció se convirtió en una jovencita de rasgos armoniosos y piel blanca y tersa. Una característica por la que siempre fue muy conocida era esa, su piel blanca y tersa. Era hija única de una familia humilde pero muy respetada. Las monjas del convento enseñaron a leer a Carmen y a pesar de no ser muy común para la época le gustaba leer, le gustaba leer mucho. 
Siempre recuerdo la cantidad de veces que me había explicado cuanto le gustó una novela que había leído de jovencita "Historia de mis lágrimas" y que yo he intentado encontrar en muchas ocasiones sin conseguirlo. ¡Necesito  conocer que pasaba en la novela! porque como yo era pequeña no me explicaba mucho del argumento y como yo insistía ella sólo me respondía que eran cosas de personas mayores y eso creaba un misterio...
Como era lo esperado para una mujer de su condición Carmen debía casarse con un hombre del pueblo honrado y trabajador. Así que ella esperaba a que eso sucediese como si de un proceso natural de la vida sucediese y sin necesidad de su intervención se produjese. 
Y... José apareció de pronto. Un forastero llegó al pueblo, no eran habituales los visitantes desconocidos en la comarca. Alto, muy rubio, de ojos azules y con un acento extraño. Una bolsa como equipaje y un bulto colgado a la espalda. Una bandurria. José era un músico bohemio. Pidió alojamiento en la venta de los gorriones porque iba a las fiestas de un pueblo cercano a tocar su música.
Un rubio de ojos azules y músico era todo un acontecimiento en el pueblo. Algo raro y extravagante que rompía la rutina de los tranquilos habitantes.
Carmen "murió de amor por José" en el mismo momento en que lo vio. Y José se enamoró del sonido de los gorriones, de la calma del aire y de la luz de la piel de Carmen.
Bueno... eso es lo que explicaba mi madre.
José se marchó a tocar por las fiestas de los pueblos y Carmen decidió que lo que le pasaba era una tontería de sus novelas. Así que al cabo de un tiempo cuando le vio aparecer por la cancela de los gorriones decidió que no, no eran novelas.
José y Carmen tuvieron 9 hijos. Vivieron una guerra en la que José tomó parte activa llevando comida con su mula a los maquis que se escondían en la sierra. Tuvo un accidente y perdió una pierna. Aún así y con mucho sacrificio pudieron comprar un cortijo "El llano Dilas" una propiedad con categoría superior a la de una venta. En él trabajaron de sol a sombra José y sus nueve hijos. Cada día cuando llegaba a la casa con su mula y los niños seguían una rutina. Se aseaban y después de cenar José tocaba la bandurria y Carmen leía para sus niños.
Mi abuelo decía que los instrumentos hay que templarlos cada día "son como las mujeres, hay que darles cariño todos y cada uno de nuestros días" me decía siempre con cara de pillo. ¡Que grande era mi abuelo! de los cuatro para mí este era mi ídolo. ¡Cuanto me consintió y contempló! A pesar de tener muchos nietos cualquier cosa que yo hacía para él era una hazaña, mis tonterías más grandes para él eran cosas especiales y extraordinarias.
Cuando pienso en ellos me envuelve un sentimiento de ternura muy grande. Nunca vi una pareja que se cuidara, se respetara y se quisiera tanto. José vivió gracias a Carmen y Carmen vivió para José.
Y yo, gracias a ellos tengo "mi mote" Yo soy una gorriona.


My "Toy story" ; Bartolo, el Pipote y la Letra

Era de obligado cumplimiento preguntarme estos días y... ¿cuál fue mi juguete favorito?
No sé si existe un estudio científico que indique desde que temprana edad podemos guardar recuerdos reales. En mi caso fue entre los 3 ó 4 años. Estoy segura, no fue más tarde.
Lo recuerdo con tanta nitidez que, si cierro los ojos y me dejo llevar, siento hasta el fuerte olor a plástico de los que fueron y serán mis juguetes favoritos.
¡Un oso de plástico, una cartera del cole azul marino y un botijo verde (en mi pueblo llamado "pipote") todos de puro y duro plástico! Cuando yo era pequeña no había tanta variedad de juguetes.
Observando estos días la cantidad de regalos que hacemos a nuestros niños y el poco interés que ellos demuestran a la mayoría de los mismos me digo: "que crueles estamos siendo con ellos". Darles tanto no es síntoma de quererles, les estamos "privando" de conocer que se siente disfrutando y venerando un absurdo y simple juguete como los míos; ¡oso, cartera y botijo! 
Como explico yo... ahora... que adoro el "GLAMOUR" la infinidad de horas que disfruté  ¡con mi oso mi cartera y mi botijo de plástico marrón, verde y azul!
Mis juguetes tenían nombres. Sí, yo siempre pongo nombres...Pequeña y con "lengua de trapo" ya lo hacía.
-Bartolo; era el nombre de mi oso.
No sé explicar la razón de ese nombre. Suena extraño porque las niñas normalmente les ponen a sus muñecos nombres que suenan dulce.
Como tantas otras cosas (una constante en mi vida) el nombre de mi oso también era diferente.
Bartolo era de plástico, en diferentes gamas de color marrón en función  de la parte del cuerpo del muñeco. La espalda más ocura, la carita más clara y así en conjunto era resultón.
En algún punto de ese tiempo algo hizo mal Bartolo que le arranqué la cabeza.
Es ese que está en mis manos, en la foto que veis a vuestra derecha.
-Pipote; puede parecer raro que un niño tenga un botijo como uno de sus juguetes favoritos. En mi caso, la cosa tiene su explicación. Nací y vivía en un pueblo en el que no se cumple eso de que "el agua es fuente de vida" sino que "la vida allí son sus fuentes". Situado al pie de Las Alpujarras con un famoso balneario.
En todas las casa había y sigue habiendo un botijo con agua cristalina, fresca y sana.
En verano, cuando el calor aprieta, en muchas casa dejan uno en la puerta para que todo el que pase, si tiene sed, pueda saciarla. Por eso yo tenia mi botijo, pequeño de color verde y de plástico.
La última imagen que tengo de Pipote es verlo en el suelo frente a la chimenea de mi abuela aplastado y con una raja grande que lo hacía inservible.
¿Qué le pasó a Pipote? No lo sé y creo que ya nunca lo averiguaré. Pero sé que yo no fui, yo no me cargué a Pipote.
-La Letra: de todos mis juguetes el preferido. Una cartera.
Bien pensado, por su forma, estaría en una categoría entre cartera y bolso. De forma rectangular, color azul marino y... de plástico acharolado. En la parte superior una cremallera que daba paso a un espacio para guardar mis más preciosos tesoros. También tenía un bolsillo plano en la parte delantera y las vocales toscamente pintadas en diferentes colores. Un asa larga con una hebilla, todo por supuesto de plástico, permitía colgarse a la Letra cruzada.
Los importantes tesoros que yo guardaba dentro eran: un trozo de lápiz (es curioso pero desde entonces me gusta tomar mis notas siempre en lápiz de punta gruesa y blanda) una desportillada libreta (seguramente herencia de alguna de mis hermanas) y algunas hojas sueltas de un cuento que no sé de donde salió pero tenía dibujos. Y digo que sería un cuento porque mi madre no mo lo hubiese dejado de no serlo.
La Letra se me perdió. Quedó olvidada en un sucio lavabo de un bar de carretera donde una madrugada del mes de junio paramos con mucha prisa, junto con otras personas, mi madre y yo. Todos nosotros emigrabamos a una lejana y gran ciudad en busca de una vida mejor.
Yo tenía cuatro años, era la primera vez que salía del pueblo, viajaba en coche y me separaba de parte de mi familia.
Larga y triste de explicar la pérdida de mi Letra, mejor un post "in memoriam".
Mis adorados juguetes también vivieron sus luces y sus sombras como en "El soldadito de plomo", "Toy story" y otros cuentos.

¿Podemos ponerle Adela?

Hasta hace pocos años no me gustaba mi nombre. ¿Por qué? En realidad no lo sé, pero no me gustaba.
Empezó a gustarme cuando descubrí que nada es fruto del azar, todo tiene su razón, un sentido un nexo de unión. A pesar de que, en ocasiones, tardamos en encontrarlo o incluso muchas de ellas ni siquiera lo descubrimos.
Los padres de mi padre se llamaban Baltasar y Adela.
En su primer embarazo mi madre, Esperanza, pensó que si tenía una niña quería que se llamase Adela. Tenía una relación distante con su suegra (cuestión de jerarquías sociales) pero la admiraba y el nombre de Adela, para mi madre, era señal de prestigio.
Nació su primer hijo, una niña, y ella con timidez le dijo a su marido "Podemos ponerle Adela...". 
Mi padre fue al registro e inscribió a la niña. Después de algunos días oyendo que mi madre le hablaba con dulzura a la niña llamándola Adela le dijo con la sequedad y autoridad característica de un hombre de su época "¡Mujer, deja de llamarla Adela. La niña se llama Esperanza!" También con la resignación propia de la época, la mujer, mi madre, se calló y asumió que en ese aspecto tampoco tenía voto ni opinión.
Así fue como la oportunidad para "Adela" se esfumó. Se perdió en el tiempo junto con otros anhelos que mi madre soñó.
Pasados dos años llegó el segundo embarazo y en él mi madre enfermó. Fiebres tifoideas. Su vida corrió peligro y como la medicina no estaba muy avanzada en la época se desconocía la suerte que correría el bebé que tenía que nacer. El embarazo fue complicado pero finalmente mi hermana, la mediana, nació. Sus primeros días de vida no fueron fáciles (en realidad su vida nunca lo fué) se temió por ella hasta el punto en que la dieron por perdida y tiraron la toalla a la espera del fatal desenlace. Pero contra todo pronóstico el bebé, un alma con espíritu luchador, decició que no se daba por vencido y sobrevivió.
La niña, no se parecía a su hermana, ni a su madre, ni a casi nadie de la familia. De piel cetrina y rasgos finos mi madre ya no sabía que ponerle para que tuviera un aspecto lustroso y saludable (rechoncha y blanquita, el canon de belleza infantil de la época) Volvió a decirle a mi padre tímidamente "Podemos ponerle Adela...". Mi padre, Vicente, guardó silencio y fue al registro. Luego dijo: "Le he puesto Luisa a la niña. Se parece a mi abuela". Muchos años después llegó a mis manos una foto de "la abuela Luisa" y sorprendida comprobé que era cierto, mi hermana y ella se parecían físicamente muchísimo. 
Esperanza, mi madre, ni se atrevió a chistar. ¡Ni se le pasó por la cabeza! Se enferma en el embarazo y la tienen que cuidar. Tiene un hijo enfermo y encima no era "el niño" que todos esperaban. ¡Como se iba a atrever! ¿En que estaría pensando para atreverse a ponerle Adela? 
Por tanto la oportunidad para "Adela" se esfumó de nuevo. Mi madre lo borró de su mente para siempre. No deseaba tener más hijos. En realidad temblaba sólo de pensar en su última experiencia.
Pero como "El hombre propone y Dios dispone" y más en la época, a los cuatro años se quedó de nuevo embarazada. Tuvo un embarazo estupendo, estaba muy guapa, se sentía muy bien y feliz. Era tan diferente el embarazo a los otros dos que todo le hacía pensar que esta vez por fín venía "el niño" y mi padre le pondría Baltasar. Todo estaba preparado para el nacimiento, ropita blanca y azul primorosamente (como todo lo que hacía) cosida y bordada por ella para su bebé.
Antes de lo esperado, sin ruido, con rapidez y casi sin dolor, el día de la Cruz (festividad importante en mi pueblo) llegué yo. 
Mi madre decía que era la niña más bonita que había visto. De piel clara y aterciopelada, regordeta, tranquila y sana. Pero a pesar de eso ella no podía dejar de llorar. Era otra niña, no era un niño... 
La gente le decía "Pero Esperanza ¿¡Porqué lloras!?, Mira que muñeca tienes" y Esperanza quería estar contenta pero no podía. No quería traer más niñas al mundo,  venían a sufrir y los niños no.
Así que, en esa ocasión, inmersa en su tristeza dijo con timidez "Podemos ponerle Mª Cruz...".
Mi padre fue al registro y cuando volvió anunció con arrogancia "Le he puesto Adela a la niña".
Y así me llamo yo.
Con los años y fruto de la reflexión creo que mi padre fué un hombre sabio en lo que se refiere a nombrarnos. En eso acertó.

At the beginning


Bien... para empezar algo tendré que escribir.
Me siento como cuando era pequeña y en el mes de septiembre empezaba el colegio. Estrenaba cartera, plumier, lápiz, colores, goma de borrar, ¡y como no, libretas! Siempre empezaba la primera hoja con mucho esmero, un título de colores y buena letra. Luego el tema iba cayendo...
Hoy no es septiembre, ni empiezo el colegio. No tengo lápiz, ni goma, ni cartera nuevos. Sí tengo libreta, un precioso título y buena letra. Veremos como sube el tema...