¿Podemos ponerle Adela?

Hasta hace pocos años no me gustaba mi nombre. ¿Por qué? En realidad no lo sé, pero no me gustaba.
Empezó a gustarme cuando descubrí que nada es fruto del azar, todo tiene su razón, un sentido un nexo de unión. A pesar de que, en ocasiones, tardamos en encontrarlo o incluso muchas de ellas ni siquiera lo descubrimos.
Los padres de mi padre se llamaban Baltasar y Adela.
En su primer embarazo mi madre, Esperanza, pensó que si tenía una niña quería que se llamase Adela. Tenía una relación distante con su suegra (cuestión de jerarquías sociales) pero la admiraba y el nombre de Adela, para mi madre, era señal de prestigio.
Nació su primer hijo, una niña, y ella con timidez le dijo a su marido "Podemos ponerle Adela...". 
Mi padre fue al registro e inscribió a la niña. Después de algunos días oyendo que mi madre le hablaba con dulzura a la niña llamándola Adela le dijo con la sequedad y autoridad característica de un hombre de su época "¡Mujer, deja de llamarla Adela. La niña se llama Esperanza!" También con la resignación propia de la época, la mujer, mi madre, se calló y asumió que en ese aspecto tampoco tenía voto ni opinión.
Así fue como la oportunidad para "Adela" se esfumó. Se perdió en el tiempo junto con otros anhelos que mi madre soñó.
Pasados dos años llegó el segundo embarazo y en él mi madre enfermó. Fiebres tifoideas. Su vida corrió peligro y como la medicina no estaba muy avanzada en la época se desconocía la suerte que correría el bebé que tenía que nacer. El embarazo fue complicado pero finalmente mi hermana, la mediana, nació. Sus primeros días de vida no fueron fáciles (en realidad su vida nunca lo fué) se temió por ella hasta el punto en que la dieron por perdida y tiraron la toalla a la espera del fatal desenlace. Pero contra todo pronóstico el bebé, un alma con espíritu luchador, decició que no se daba por vencido y sobrevivió.
La niña, no se parecía a su hermana, ni a su madre, ni a casi nadie de la familia. De piel cetrina y rasgos finos mi madre ya no sabía que ponerle para que tuviera un aspecto lustroso y saludable (rechoncha y blanquita, el canon de belleza infantil de la época) Volvió a decirle a mi padre tímidamente "Podemos ponerle Adela...". Mi padre, Vicente, guardó silencio y fue al registro. Luego dijo: "Le he puesto Luisa a la niña. Se parece a mi abuela". Muchos años después llegó a mis manos una foto de "la abuela Luisa" y sorprendida comprobé que era cierto, mi hermana y ella se parecían físicamente muchísimo. 
Esperanza, mi madre, ni se atrevió a chistar. ¡Ni se le pasó por la cabeza! Se enferma en el embarazo y la tienen que cuidar. Tiene un hijo enfermo y encima no era "el niño" que todos esperaban. ¡Como se iba a atrever! ¿En que estaría pensando para atreverse a ponerle Adela? 
Por tanto la oportunidad para "Adela" se esfumó de nuevo. Mi madre lo borró de su mente para siempre. No deseaba tener más hijos. En realidad temblaba sólo de pensar en su última experiencia.
Pero como "El hombre propone y Dios dispone" y más en la época, a los cuatro años se quedó de nuevo embarazada. Tuvo un embarazo estupendo, estaba muy guapa, se sentía muy bien y feliz. Era tan diferente el embarazo a los otros dos que todo le hacía pensar que esta vez por fín venía "el niño" y mi padre le pondría Baltasar. Todo estaba preparado para el nacimiento, ropita blanca y azul primorosamente (como todo lo que hacía) cosida y bordada por ella para su bebé.
Antes de lo esperado, sin ruido, con rapidez y casi sin dolor, el día de la Cruz (festividad importante en mi pueblo) llegué yo. 
Mi madre decía que era la niña más bonita que había visto. De piel clara y aterciopelada, regordeta, tranquila y sana. Pero a pesar de eso ella no podía dejar de llorar. Era otra niña, no era un niño... 
La gente le decía "Pero Esperanza ¿¡Porqué lloras!?, Mira que muñeca tienes" y Esperanza quería estar contenta pero no podía. No quería traer más niñas al mundo,  venían a sufrir y los niños no.
Así que, en esa ocasión, inmersa en su tristeza dijo con timidez "Podemos ponerle Mª Cruz...".
Mi padre fue al registro y cuando volvió anunció con arrogancia "Le he puesto Adela a la niña".
Y así me llamo yo.
Con los años y fruto de la reflexión creo que mi padre fué un hombre sabio en lo que se refiere a nombrarnos. En eso acertó.

1 comentarios:

Joan dijo...

Fes el favor d'escriure un llibre!!!!!!!!!